El escenario internacional en los últimos años anda, para algunos a la deriva, pero pareciera es que las potencias globales, Estados Unidos, China y Rusia, así como otra serie de potencias regionales, están en un proceso de reacomodo.
Estados Unidos, después del mandato de Donald Trump con su política de neo-aislacionismo –especialmente de su histórico aliado la Unión Europea-, junto con la confrontación económica con China y una cierta ‘coexistencia’ con Rusia, reinicia con el Presidente Joe Biden la idea de ser el líder del mundo occidental –con la defensa de los derechos humanos como bandera- retomando su rol de aliado activo frente a Europa y la OTAN y juega un papel de mayor protagonismo en escenarios regionales como Medio Oriente. Con China la nueva administración norteamericana parece bajarle el tono a la confrontación económica global instaurada por la anterior administración, pero no es tan sencillo volver a una situación de ‘normalidad’ en las relaciones económicas; adicionalmente China viene incrementando la capacidad de su flota marítima y su capacidad militar en otros ámbitos y expandiendo su influencia económica global.
Frente a Rusia la situación es más compleja, porque especialmente en el Partido Demócrata en USA hay sospecha y desconfianza de la intervención de ‘hackers’ de origen ruso en las últimas campañas electorales con clara intención de colaborar con los Republicanos –incluido el Presidente Trump-, pero adicionalmente porque con la llegada al poder de Vladimir Putin la intencionalidad de recobrar el viejo poder de la Gran Rusia se hace evidente, no sólo en el caso de la península de Crimea, sino en las relaciones con Ucrania y otros países de su antiguo entorno, pero además desarrollando su capacidad armamentística. Por eso será tan importante la reunión que a mediados de junio tendrán Biden y Putin en Ginebra, donde estarán esos temas en la agenda y otros como colocar al orden del día los tratados de no proliferación de determinados tipos de armamentos, así como establecer unas ciertas reglas de juego, una especie de orden global ‘tripolar’, por así denominarlo.
Donde se incluyen en la agenda, no sólo el tema de la economía global post-pandemia –sin dejar de lado de valorar que la lucha contra la Covid-19 también ha sido un asunto geopolítico y geoeconómico-, la nueva ‘carrera espacial’, con una diversidad de actores públicos y privados y una serie de conflictos o tensiones regionales acerca de los cuales van a tener que definir mecanismos de cómo tratarlos. Sin pretender ser exhaustivo, está el caso del armamento nuclear de Corea del Norte y las relaciones con su vecino Corea del Sur; el caso del Mar de China, en el cual la potencia emergente pretende ejercer un control hegemónico y las tensiones que de allí se derivan con países como Japón, Vietnam, Taiwan, India; las relaciones de Rusia con los países de su área cercana –caso de Bielorusia, Ucrania, etc- y las relaciones con la Unión Europea y la OTAN que son altamente permeadas por lo anterior; las tensiones en Medio Oriente, especialmente el caso Israel-Palestina, pero igualmente la situación de estabilización en Siria y en Asia Central, con énfasis en los casos de Afganistan, Iran y Paquistán, para mencionar los más relevantes. Y claro en la región latinoamericana, sin duda el caso de la República Bolivariana de Venezuela, así como remanentes de la ‘guerra fría’ como Cuba y Nicaragua.
Todo esto porque en algunos círculos de militares en retiro no deja de especularse sobre la posibilidad de una tercera guerra mundial, que claramente tendría características diferentes de las anteriores, en cuanto a la sofisticación de las armas y lo que éstas producirían de daño al adversario.