Siempre guardo una profunda admiración y cariño por Méjico. Me seduce su pasado precolombino, sus vibrantes luchas por lograr la independencia, la época aguerrida de sus lideres agraristas luchando por un espacio vital para sus olvidados campesinos, su dura confrontación contra el invasor gringo que terminó usurpándole parte vital de su territorio sagrado y muchas más, que enumerarlas me haría interminable. Pero hay una que no quiero dejar por fuera del tintero y es la referida al profundo respeto que guarda Méjico por la “Libre autodeterminación de los pueblos” y que se vio reflejada en la conflictiva década de los años sesenta del siglo pasado, cuando fue la única nación del continente americano que no rompió sus relaciones diplomáticas con Cuba y mantuvo, contra viento y marea, decorosas relaciones con Fidel Castro, a pesar de la profunda presión que siempre ejerció Washington y la OEA buscando que estas se rompieran.
Por eso mi corazón saltó de júbilo cuando recibimos la grata noticia del impecable triunfo obtenido en las elecciones presidenciales por el candidato del izquierdista Movimiento Regeneración Nacional (MORENA), Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Aunque la victoria era predecible por las impresionantes manifestaciones de apoyo que recibió a lo largo y ancho de Méjico, no dejó de sorprendernos el significativo porcentaje del total de la votación que llegó casi al 54%, enfrentado a varios candidatos opositores y oficialistas, ya que en Méjico no existe el mecanismo de primera y segunda vuelta en las elecciones presidenciales.
Es admirable la gesta histórica que acaba de escribir López Obrador al alcanzar tan altos resultados. Persistió por tres veces en su intento de llegar a la presidencia de la república mejicana y cuando perdió en las dos ocasiones anteriores, tuvo la inteligencia y la valentía de “replantear” su estrategia política, acompañado de los mejores cuadros de su partido y decidieron virar su discurso hacia los espacios de la conciliación, planteándose más unificador y solidario, ganándose en esta forma los más amplio sectores deprimidos y profundamente golpeados de la sociedad mejicana.
No permitió, en sus múltiples entrevistas, que periodistas de radio y televisión lo sacaran de casillas llevándolo a enfrentamientos innecesarios y peligrosos con el presidente Trump, de los EE. UU. con quien mantiene una clara controversia acerca del respeto y la consideración que cualquier país del mundo, sea el que sea, está obligado a tener con Méjico. Pero también fue claro frente al respeto que merece cualquier mandatario, incluyendo a Nicolás Maduro de Venezuela. Estas preguntas formuladas le permitían referirse al principio fundamental de la Cancillería mejicana de no inmiscuirse en los problemas de otros países y respetar profundamente la “Libre autodeterminación de los pueblos”.
Preguntado el profesor e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de Méjico (Unam) Javier Oliva Posada, por lo que significaba la llegada de López Obrador y su discurso a la presidencia de la república, dijo que denotan, que el presidente electo busca la reconciliación en un país dividido políticamente por años y que acaba de pasar por una campaña profundamente polarizada. López Obrador deberá dar muestras de ese compromiso ideológico diferente al predominante en el país.
Las coincidencias con Colombia son impresionantes. Es necesario aprender del discurso de López Obrador buscando la reconciliación de la gran familia colombiana. Debemos entender, gobernantes y gobernados, que persistir en la guerra y la violencia es condenar a nuestra nación a varios lustros de dolor y atraso. Méjico comienza a señalar un nuevo camino donde su soberanía, autonomía, la lucha por las reivindicaciones sociales y el respeto de los Derechos Humanos, son el norte fundamental de todos los compromisos y esfuerzos.
Por eso titulé esta columna de prensa “Méjico lindo y querido” recordando al gran cantante Jorge Negrete, que tantos ratos inolvidables nos hizo pasar a través de sus legendarias canciones.