Pilotando las ausencias

Opinión Por

A la loable declaración del Premio Nobel de Paz Juan Manuel Santos ante la Comisión de la Verdad el pasado viernes 11 de junio, donde aceptaba su cuota de responsabilidad en las 6402 ejecuciones extrajudiciales realizadas entre 2002 y 2010, oscuro episodio del conflicto armado conocido como los falsos positivos, le hace falta justamente eso que los colombianos adolecemos: empatía.

Y es que en el país del Sagrado Corazón nos acostumbramos al horror, a la muerte y a contar muertos.

Más 70 muertos durante las protestas del estallido social de los meses de mayo y junio de 2021.

Más 60 líderes sociales asesinados en lo que va del año.

Más de 12 mujeres asesinadas en la región del Catatumbo en dos meses.

Más de 600 muertos diarios en las semanas más crudas del tercer pico de la pandemia por la Covid-19.

Así, sin más.

Solo cifras, con corte a la última semana de junio de 2020.

Fríos números que no interesan mucho.

Estadísticas de personas que solo le importan a los más cercanos.

¿Cómo ser empático en un país como el nuestro?

Mejor es ir a la casa del luto, que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos, y el que vive lo pondrá en su corazón. Eclesiastés 7:2

En el país cristiano y cristianizado en el que vivimos espiritualizamos todo y cuando llega el momento, solemos adolecer por los muertos conocidos y dar las respectivas condolencias del caso, apelando a Dios y a lo divino.

“Era voluntad de Dios”.

“Dios lo necesitaba”

“Dios lo tiene en su santo reino”

 “Tenemos un ángel más en el cielo que nos cuida”

Gracias al común pasado virreinal que tenemos y a la tradición católico hispánica que seguimos cargando y que nos hace aceptar la realidad como algo dado y descendido del cielo, podemos explicar la muerte y así consolarnos a nosotros mismos con el argumento o excusa del divino designio.

Se manifiesta así la ética de las convicciones de conciencia, que como define Weber, es de orientación idealista, vinculadas a los ideales absolutos y creencias radicales, por las que el ser humano actúa plenamente convencido de la bondad, perfección de sus ideales, sin tener en cuenta las consecuencias de los mismos en sus acciones mundanas (Jiménez-Díaz, 2018 (https://bit.ly/3A3FwMo).

Sin embargo esa divina voluntad, aceptada por los cristianos colombianos, hace agua cuando recordamos que de acuerdo con los resultados de la Cuarta Medición de Capital Social, el 22% de los colombianos no profesa religión alguna (y que dicho estudio asume bajo el concepto de “agnóstico”), cifra altamente significativa, ya que hace 20 años, tan solo representaban el 9% del total de encuestados.

¿Cómo se consuela a una persona que no profesa religión alguna?

No hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte, porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?” Eclesiastés 3:22

Mientras para los cristianos la muerte es un paso hacia un reino prometido, para quienes no profesan religión alguna, la muerte representa el fin de todo lo presente en la vida de quien fallece y ya que no hay quien le muestre lo que ha de ser después de esta realidad, es necio consolar con la existencia de una esperanza, por lo que consolar apelando a la realidad es una salida a dicha situación.

La meta entonces es consolar acompañando los procesos de la ausencia sempiterna, del manejo del dolor, la tristeza y la nostalgia que trae la muerte de un ser querido.

El objetivo es reconfortar considerando lo previsible.

Acompañar la resignación de los dolientes.

Surge ahí la ética de la responsabilidad de Weber, que considera las consecuencias de las acciones humanas, dado que estas pueden ser parcialmente previsibles; esta es una ética mundana, lo cual implica que en ella hay que hacerse cargo de los problemas reales del mundo humano y de la irracionalidad moral del mismo (Jiménez-Díaz, 2018).

Cuando la muerte toca a la puerta del vecino, a la puerta del amigo, a la puerta propia, llega con un espejo y con un espejo retrovisor.

No nos podemos evadir de su visita y lo único que queda es aferrarnos a la ética que tengamos, aunque parezca que no sirva de a mucho en algunos momentos.

Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. Evangelio según Mateo 5: 4

Nota: Johana, Julieth, primas; Anny, Nelson, Nicolás, compañeros, amigos, no se me ocurrió otra manera de acompañarlos que esta, escribiendo y dejando el registro para la posteridad de quienes ya no están físicamente.

De los papás y los primos que se nos adelantaron.

Zootecnista Universidad Nacional de Colombia, Candidato a Magíster en Producción Animal de la Universidad Nacional. Coordinador Nacional para asuntos de Paz de la Organización Nacional de Juventudes Liberales 2014-2018.