POR QUÉ TAN RETRECHEROS PARA LA PAZ

Opinión Por

Si hay algo que intriga a los extranjeros es precisamente esa tendencia de amplios sectores colombianos por manifestar su malestar o su rechazo a los esfuerzos de Paz que desde hace un buen tiempo viene  realizando el Gobierno Nacional, primero con las FARC-EP y, últimamente con el ELN. No podemos decir que son los grupos de campesinos o trabajadores agrarios los que han visto desfilar con tanta saña, los momentos más duros de la violencia política, los que se inclinen fácilmente por estar  a favor de la guerra. No, no es así. Más bien son los grupos de ciudadanos de  buenos y moderados ingresos que han visto la guerra política colombiana desde el confort de los noticieros de televisión,  donde con un simple clic, la pantalla los lleva de los hechos sangrientos de los noticieros a los confortables lugares de las telenovelas filmadas en la placidez de los mares del caribe o a las canchas de fútbol donde el Real Madrid, el Barsa o el Juventus definen honores.

Esta situación se torna más delicada cuando son familias y personas que han vivido parte importante de sus vidas en el  exterior  y piensan, con insuficientes elementos de análisis en su cabeza, que esta situación de enfrentamiento armado y sistemático puede fácilmente superarse y ganarse con una profundización severa de las acciones guerreras.

Nada de esto está más lejos de la realidad. La violencia como expresión de lucha política que envolvió como torbellino  nuestra nación tiene sus verdaderos orígenes, según juiciosos historiadores,  en el vil y pavoroso asesinato del líder Jorge Eliecer Gaitán y la espantosa represión que contra el partido liberal desataron los gobiernos conservadores de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez, donde al partido liberal le fue prohibida su participación electoral, en una política de exterminio “a sangre y fuego”. Si, efectivamente,  la nación pasó por un periodo político conocido como  el Frente Nacional, y este, muy pronto,  encendió los carbones de una nueva conflagración nacional al negar constitucionalmente la participación política a todos los partidos y movimientos que no estuviesen inscritos como liberales o conservadores.

Esta confrontación armada que por más de setenta años ha roto el alma buena de la nación colombiana con atentados, agresiones armadas, muertes, asesinatos, viudas y huérfanos por centenares es la que  estamos  apagando con la persistencia del Presidente Santos por la Paz y la vocación firme y altruista de las Farc, por acabar totalmente el enfrentamiento armado  y violento.

Algunos amigos a quienes pregunté por qué esta  tendencia retrechera de colombianos por la Paz, me dieron diferentes razones; pero una en especial me impresionó. Se trata de entender que la zona de seguridad de los colombianos es precisamente, vivir en medio del conflicto armado y violento, entre tiros y bombazos. Si la situación drena hacia la Paz,  con el silenciamiento lógico de armas y fusiles, el colombiano sentiría moverse el piso de su seguridad, caer en una tierra desconocida y por lo tanto perder en esta forma su zona de “confort”, que sería paradójicamente, el hábit de violencia conocido. Así las cosas bien podríamos entender las razones por las que el  expresidente Uribe y su partido Centro democrático aprovechan una publicidad constante contra los Acuerdos de Paz para ir atrayendo a nuevos e incautos colombianos seducidos por propaganda de violencia y muerte,  como esa de que si ganan las elecciones de 2018, “volverán añicos a la paloma de la Paz”.

Frente a estos complejos comportamientos mentales bien valdría la pena entrar a revisar con  la Sociedad Colombiana de Psiquiatría cuáles son los parámetros de ubicación psíquica que tenemos los colombianos y desde allí proyectar políticas que permitan  comprender la verdadera dimensión de nuestro desajuste social y los caminos justos y correctos para lograr su superación y nuestra inclusión en espacios mentales más saludables y en caminos de franca sanación.

Quien quita que por tratar de comprender lo retrechero que somos para la Paz, podamos penetrar el enigmático y complejo mundo inconsciente de los colombianos donde anidan todos nuestros monstruos e inseguridades,  criados y cargado desde la mitad de siglo pasado y que ya está exigiendo justo y proporcionado tratamiento.  

Presidente del Comité Permanente de defensa de los DD.HH. Fue Embajador de Colombia en Europa. Trabajó en el Programa de Paz de la Universidad Pedagógica de Colombia, y es un reconocido defensor de Derechos Humanos.