El Capítulo octavo del apocalipsis establece una panorama bíblico desolador: “y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto, y hubo granizo y fuego y la tercera parte de los árboles se quemó, y se quemó toda la hierba verde; (…) El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas.
Este escenario de desastres naturales permanentes ha tocado la puerta de la humanidad, a través de huracanes, terremotos, tornados, sequias, inundaciones, incendios forestales, tsunamis, no por obra y gracias de Dios todo poderoso, sino por el actuar irresponsable del hombre que ha tratado de manera inmisericorde al planeta que se le regalo. Como lo afirma el Papa Francisco en la Encíclica Laudato Si’, sobre el cuidado de la casa común: “el ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones. Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en los estilos de vida, los modelos de producción, de consumo, y de las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad”.
Lo que nos tiene el borde del apocalipsis es nuestro estilo de vida depredador que agota a un ritmo tan rápido los recursos del planeta, que no le da tiempo a la “madre tierra” de recuperarse, según la Organización Global Footprint Network: “la población humana consume actualmente los recursos equivalentes a 1,6 planetas como la Tierra. Si la evolución negativa se mantiene al ritmo actual, antes del 2030, la humanidad consumirá cada año el doble de los recursos anuales del planeta”. ¿Insostenible verdad?
Mientras escribo esta columna, el huracán Irma llega al Estado de la Florida en EEUU, y otros dos Katia y Jose, se contonean por la zona, donde por cierto hace dos días hubo un terremoto de 8,2 grados, el más fuerte del último siglo registrado en México. ¿Coincidencia tantos acontecimientos nefastos juntos? Probablemente no, es el cambio climático en acción. Según la literatura científica no se puede afirmar que el calentamiento global produzca este tipo de fenómenos, lo que sí se puede aseverar es que el aumento de temperatura en el agua es considerada el combustible de las tormentas tropicales, entre más cálidas sean las aguas, más intensas son las tormentas, en consonancia con lo anterior, el profesor estadounidense de meteorología Kerry Emanuel asegura que “el potencial de destrucción de los huracanes, que combina fuerza, duración y frecuencia de los mismos está altamente correlacionado con la temperatura del mar”.
Por eso el negacionismo nos lleva derecho al abismo, pues no aceptar que el ser humano con sus modos de consumo, de producción y de hábitos de vida está contribuyendo considerablemente al aumento del calentamiento global, y a la pérdida de biodiversidad, es legitimar implícitamente el actual modelo económico extractivista y contaminante. El cambio climático no solo mata gente, genera “sequías que acaban los cultivos y el ganado, inundaciones que arrasan el campo…entonces, el precio de los alimentos sube, se hacen obras para mitigar los daños, y las enfermedades aumentan”. El cambio climático también le sale caro al mundo. ¿Qué tiene que pasar para que los gobernantes entiendan esto? O cambiamos o desaparecemos junto al planeta que estamos acabando.
Como dice el Papa Francisco: “es muy fácil cerrar los ojos y no atender la realidad, dejar de prestar atención a las señales evidentes de deterioro y degradación, pensar que aún faltan décadas para que se presenten las grandes catástrofes. La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan (…) pues el ambiente…es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente”.
Ante esto cabe la pregunta ¿Qué mundo le heredaremos a nuestros hijos?