Este llanero, instruido y culto, se desempeña como Director de la Unidad de Víctimas del conflicto armado, difícil labor en un país en el que la confrontación violenta ha durado más de 50 años. Son seis millones de víctimas por las que el Estado y la sociedad colombiana deben responder, en su congoja, en su dolor, en su dignidad hollada, en la humillación sufrida y en lo relativo a reparación e indemnización por los daños recibidos, la mayoría de ellos irreparables. ¿Cómo se reemplaza una vida?
Alan Jara cumple en esta función una tarea consagrada, comprometida y decente. Fue víctima del conflicto. Lo secuestraron las Farc cuando cumplía una labor humanitaria. Su cautiverio duró 7 años, que soportó con coraje y decoro. No se dejó derrotar por la bellaquería que le impusieron, y en el abandono se mantuvo activo y útil. Le dio confianza a sus compañeros de padecimiento y montó una escuela para enseñarles, incluso a los guerrilleros, inglés y ruso. Los colombianos sabemos que se mantuvo altivo y fuerte, sin sucumbir al “síndrome de Estocolmo”.
Cuando regresó a la libertad el pueblo metense lo eligió Gobernador. Le tocó la época de “las vacas flacas”, porque el Gobierno Nacional y el Congreso modificaron el sistema de regalías petroleras, disminuyendo en más de un 80% los ingresos que por este concepto recibía su Departamento, el mayor productor de crudo de Colombia. No se arredró en la búsqueda de su mayor anhelo público: que su región refinara siquiera 40.000 de los 600.000 barriles de petróleo que produce cada día.
En una visita a Villavicencio fui a tomarme un tinto a su Despacho, en donde me recibió con su respetable esposa. Me contó del proyecto, me dijo que ya estaban haciendo los estudios y me di cuenta que soñaba con dejarle al Meta una renta que cubriera el déficit presupuestal que sufren las Entidades Territoriales. Un propósito deseable, frente a la pobreza de los fiscos seccionales.
Ni pensar aquel día que el crudo, en esa época a 110 dólares el barril, caería a 30 dólares. Una catástrofe para las empresas petroleras, en las que se confiaba para que se asociaran con el Departamento y construyeran la Refinería del Llano. Ahí comenzó a trastrabillar el proyecto, para cuya realización ya se habían efectuado importantes inversiones.
Hoy Alán y su Administración están siendo objeto de cuestionamientos porque no se hizo la obra, especialmente propiciados por sus contradictores políticos que ven la oportunidad de castigarle sus méritos y sus éxitos. No es extraño en política. El asunto está en manos de las autoridades, que obrarán con diligencia, ecuanimidad, buen sentido e imparcialidad.
La refinería no se ha hecho, pero me dijeron que el actual gobierno territorial mantiene el propósito de ejecutar el proyecto. Tendrá éxito. No lo tendrán los acusadores de Alán, porque de esta situación saldrá bien, sonriente, pulcro y alegre, como un día salió de la manigua para regocijo de sus amigos y paisanos.