¡Timochenko presidente!

Opinión Por

Dicen que todo tiempo pasado fue mejor, pero en Colombia parece que todo ha sido malo y que cada día que transcurre la situación tiende a empeorar. Tan solo en último siglo hemos atravesado episodios catastróficos tales como la guerra de los mil días, la pérdida de Panamá, la confrontación política entre liberales y conservadores que terminó en un largo periodo de violencia, el surgimiento de las guerrillas, la proliferación del narcotráfico y el terrorismo, el conflicto armado interno, la desbordada corrupción y tantos otros hechos nefastos que tan trágicamente han marcado las páginas de la historia de nuestro país, tiñéndola de sangre.

Tras décadas de un sanguinario conflicto entre las Farc y el Estado, el año pasado se logró un acuerdo de paz con ese grupo armado. El acuerdo alcanzado dista de ser perfecto, pero sienta condiciones para dar a las victimas verdad, justicia, reparación y, además, se le otorga participación política a quienes combatieron contra la institucionalidad pretendiendo hacerse al poder por la vida armada; las balas fueron reemplazadas por los votos. Ya no se trata de quién es el más fuerte, guerrilla o Estado, sino de un debate democrático en busca del respaldo ciudadano. Los resultados son contundentes e incuestionables: las cifras de muertos fruto del conflicto armado se redujeron casi a cero.

El país continúa con problemas, es cierto, pero el fin del conflicto armado con las Farc representa una invaluable oportunidad para abarcar nuevas problemáticas nacionales que requieran solución. Tristemente no ha sido así: matamos al tigre y nos asustamos con el cuero. Ahora, desmovilizadas y desarmadas, el nombre Farc se ha convertido en el “coco” de turno. Nuestra vieja clase política, esa misma que nos ha condenado a pertenecer al tercer mundo cortesía de su clientelismo y corrupción desbordados, reacciona airada a la incursión política de las Farc exigiendo que no haya impunidad; quienes auspiciaron grupos paramilitares y falsos positivos, ahora se rasgan las vestiduras pidiendo justicia. Paz sin impunidad, afirman descaradamente.

Sin pretender reivindicar a las Farc, por quienes siento particular antipatía pero a quienes les doy la bienvenida a la sociedad civil, resulta cuando menos peculiar, por no decir necio, que hoy tengamos más miedo a ver un afiche de la campaña política de Timochenko, que a tener a miles de guerrilleros armados en el monte y sin saber cuándo o dónde atacarán pero con la certeza de que ocurrirá en algún momento.

La foto de Timochenko como candidato a la presidencia causa indignación, sí. Así como también resulta nauseabundo ver a Uribe, con más de 200 investigaciones en su contra en la Comisión de Acusaciones, disfrutando en forma impune de su curul en el Senado gracias al fuero presidencial del que goza; u observar a Alejandro Ordoñez pontificando sobre moral administrativa cuando su reelección fue anulada por el Consejo de Estado debido a que quedó comprobado, más allá de toda duda, que esta fue comprada mediante prebendas a los magistrados que lo eligieron como Procurador. La política colombiana ya está podrida y no se va a corromper más por la entrada de las Farc como un nuevo actor. Vivimos en un país sin memoria y lleno de hombres sin vergüenza, pero nuestra capacidad de indignación resulta ser particularmente selectiva.

Timochenko no tiene posibilidad alguna de ganar una elección. Seguramente obtendrá varios miles de votos, pero siquiera pensar en considerar viable su aspiración presidencial es sencillamente delirante. Pocas cosas odian tanto los colombianos como a las Farc, y la torpeza de mantener su nombre de grupo insurgente ahora que son partido político es garantía suficiente para que el pueblo no olvide con quién está tratando.

La real amenaza para nuestra institucionalidad no está en ese fantasma llamado Farc sino en todas aquellas personas que, actuando supuestamente dentro de la legalidad, hacen todo tipo de alianzas non santas con tal de hacerse al poder: Germán Vargas Lleras y Alvaro Uribe Vélez son dos ejemplos claros de ello, los partidos políticos que lideran son ricos no solo en ideas sino en funcionarios perseguidos por la justicia debido a sus extensos prontuarios criminales. Eso sí, han hecho bien la tarea y nos tienen convencidos que el problema es una guerrilla que ya no existe. Nos asusta más la sola idea del diablo que el mismísimo Satanás en persona.

Cicerón sostuvo que es preferible la paz más injusta a la más justa de las guerras. Siglos de diferentes conflictos, millones de muertos, centenares de miles de desaparecidos, decenas de miles de mutilados, miles de madres y padres que entierran a sus hijos, varias generaciones de menores que vieron morir a sus progenitores en forma violenta solo por el capricho insensato de diversos actores en conflicto. ¿Qué más necesitamos para darnos cuenta que en vez de buscar problemas donde no los hay debemos enfocarnos en construir un país?

O los colombianos recapacitamos y tenemos la capacidad de avanzar dejando el pasado atrás y aprendiendo la lección de lo vivido, o sencillamente tendrá más futuro la semana pasada que este país.

Abogado de la Universidad Externado de Colombia. Especialista en Gestión Pública de la Universidad de los Andes.