Pienso que fue la forma amena como el profesor Guillermo Rúales nos enseñó la historia en el colegio Caro de Ocaña, la que hizo que me apasionara por ella. Años después la vida en su agitado discurrir me vinculó con mi noble amigo y navegante de los mares del sur, Álvaro Sierra Jaramillo, quien vino a reforzar esa admiración por los hombres y las tripulaciones marineras que, desafiando los sufrimientos y las penalidades, rompieron mitos, leyendas y demostraron que la tierra era redonda y que navegando hacia el oeste siempre se regresaría al mismo punto por el Este.
De esos recuerdos juveniles nació la idea de estudiar y poder contarles la historia del gran navegante portugués Fernando de Magallanes, quien inició la primera expedición marinera, desde Europa, para darle la vuelta al mundo, en el año de 1519.
Esos tiempos se caracterizaban por un duro enfrentamiento entre Portugal y España, por controlar y dominar el comercio de las especias, que son esas substancias aromáticas que sirven de condimento en las comidas, como la pimienta, los clavos, el azafrán, la canela y la nuez moscada. Estas especias eran producidas solo en el oriente y quienes lograban traerlas hasta Europa, recibían enormes ganancias.
Fernando de Magallanes, nació en Sabrosa (Oporto) en 1480 y fallece en la isla de Mactán (Filipinas), en un enfrentamiento con comunidades indígenas en 1521, cuando trataba de completar la primera vuelta al mundo. Magallanes era miembro de la nobleza portuguesa y pudo estudiar Náutica y cartografía en Lisboa. Se convirtió en un excelente navegante y por dificultades con la corte real se vio obligado a buscar en España apoyo financiero para costear la expedición.
Se trasladó de Lisboa a Valladolid, lugar donde se encontraba la Corte española. Magallanes tenía conocimiento de la existencia de un paso marítimo al sur de la costa suramericana que permitiría llegar, navegando al noroeste hasta la India. La razón era encontrar un camino sin tener que entrar a puertos africanos, donde los españoles no eran recibidos, por la guerra Portugal España.
Magallanes renuncia a la nacionalidad portuguesa y asume la española, buscando interesar en el proyecto al monarca Carlos V, quien, fascinado con la idea, ordena poner a su disposición cinco naves, y una tripulación de 270 hombres de distintas razas y nacionalidades.
Zarpan de Sevilla, España, en septiembre 1519, pasan por las islas Canarias y enrumban hacia el sur, desplazándose por las costas de Brasil hasta la bahía de Las Animas, donde exploró el estuario del rio de La Plata, en Argentina.
En la Bahía de San Julián, Patagonia, se estableció para invernar, recuperar fuerzas y agua dulce. En este lugar, de fuertes borrascas perdió 2 de sus naves, una por accidente y otra por deserción, promovida por Gaspar de Quesada, hermano de Gonzalo Jiménez de Quesada, quien regresa a España y lo acusa ante la Corte. Además, le toca sofocar un motín, que resuelve con la “justicia de los océanos” a través del ahorcamiento.
Decide continuar hacia el sur hasta el Cabo de Hornos, donde buscan el famoso estrecho que después llevará su nombre, el que les permitirá cruzar y encontrarse con el otro océano. Aquí comenzó la odisea porque eran muchos canales, pero solo uno le daría la salida al Pacífico. Tomaban un canal y avanzaban días enteros para llevarse después la ingrata sorpresa que este canal era ciego y no llevaba a ningún otro océano.
Después de múltiples intentos con un frío terrible que agujeaba los huesos, con la tripulación enferma del mal de los marinos, el escorbuto, con escasas provisiones y con el ánimo en los pies, pudo por fin encontrar el sendero naval justo que lo llevó a unas aguas serenas y tranquilas que el navegante bautizó como “océano pacífico”. Cuenta la historia que Magallanes lloró y agradeció a Dios haberlos conducido a ese mar apacible.
La historia reconoció el esfuerzo de Magallanes y sus hombres al encontrar el paso del Atlántico al Pacifico, y le concedió su nombre quedando registrado como el Estrecho de Magallanes: Paso marítimo localizado en el extremo sur de Chile, entre la Patagonia, la Isla Grande de Tierra del Fuego y otro grupo de islas. Un paso natural entre los dos océanos, con una longitud de 556 kilómetros.
Después del azaroso paso y del feliz encuentro con el Pacifico, siguieron rumbo norte bordeando la costa chilena hasta Valdivia, allí se aprovisionan y varían el rumbo al noroeste, hacia las islas Marianas o islas de los Ladrones. Tratan de desembarcar en la isla Guam, pero son rodeados por cientos de canoas de los nativos que intentan abordarlos a la fuerza, por eso las designan así. No se pueden aprovisionar de agua dulce ni de alimentos frescos que ya habían consumido en su totalidad durante la travesía, demasiado dura y dramática.
Continúan buscando su objetivo, las Islas Molucas o islas de las Especias, que correspondían al archipiélago de Indonesia. Por fin, logran arribar a la isla de Cebú, llamada “La Reina del Sur”, que es la isla principal del archipiélago de las Bisayas, en las Filipinas. Sus condiciones físicas eran lamentables, están al borde de la muerte por el hambre y la deshidratación.
Su suerte cambió. Fueron recibidos por el cacique indígena que ordenó atenderlos bien. Se les ofreció muy buena y exuberante comida y vino de palma. Comenzó para ellos un paraíso terrenal. A los días el jefe indio le solicita a Magallanes su ayuda para atacar a unos nativos de otras islas cercanas que vienen y les roban sus mujeres y sus pertenencias. Magallanes no ve ningún problema y prepara las tres naves para atacarlos en la isla Mactán, con tan mala suerte que ese combate resultó muy desigual y violento. Los nativos dirigidos por su jefe indio Lapu Lapu, en un número superior a los 1.500 indígenas, desarrollaron una táctica envolvente y lograron herirlo de muerte con flechas envenenadas. Este combate terminó en un desastre para los expedicionarios, muriendo 15 de ellos, incluyendo al gran capitán Magallanes. Para la cultura filipina Lapu Lapu es considerado el primer héroe nacional filipino por haber enfrentado con valentía y decisión al extranjero invasor.
Muerto el gran capitán, los expedicionarios viven una dramática situación y por decisión unánime asume la capitanía el navegante español Sebastián Elcano, que tiene la responsabilidad de terminar esta odisea dándole la vuelta al mundo. Deciden entonces abandonar dos naves por insuficiencia de tripulación y reforzar una, “La Victoria”. La cargan hasta los topes con clavo de olor, la especia más cotizada y costosa de la época. Se dice que con un saco de 60 kilos de clavo de olor podían vivir holgadamente tres generaciones: padre, hijos y nietos.
Continúan la odisea: Atraviesan el océano Índico con rumbo suroeste, pasan por la isla de Madagascar y buscan el cabo de La Buena Esperanza al sur del África, para llegar al océano Atlántico Sur. Ese paso por el Cabo de la Buena Esperanza fue tan dramático como el paso por el estrecho de Magallanes.
Al fin, una inmensa ola los lanzó al Océano Atlántico y aquí pusieron rumbo norte, bordeando toda la costa oeste de África que era portuguesa y donde ellos no podían atracar y menos descender de sus navíos. Este rumbo los lleva hasta Cádiz, desde donde avisan al rey español de su proximidad. Toman el rio Guadalquivir desde su desembocadura y llegan hasta Sevilla, España.
Ya son famosos y los están esperando como verdaderos héroes, pues este éxito de España significaba que le tomaba la delantera a Portugal en el importante negocio de las especias.
El balance es triste. En la expedición se perdieron 4 naves y solo logró llegar “La Victoria”, nave capitana. Se perdió la vida del gran Almirante Magallanes; y de 270 expedicionarios que iniciaron, solo arribaron 18 con 4 indígenas que pidieron ser llevados hasta España. Navegaron más de 70.000 millas y fueron tres años de desastres continuos, apenas sobreviviendo. En lo económico fue un éxito. Se pagaron las naves, se indemnizaron a los familiares de los marinos muertos y fue el negocio más productivo para España hasta ese momento.