Con el inicio de la vacunación masiva empieza a verse el comienzo del fin de la pandemia de COVID-19, no quiere decir que la pandemia acabe en los próximos meses, es más, puede prolongarse por otro año, pero ya se logra vislumbrar la luz al final al túnel de la tragedia mas grande de este siglo XXI. Algo similar ocurre con el paro nacional, sea que se asuma que ya acabó o que está en un interludio, este tendrá que llegar a su fin pues las elecciones están a la vuelta de la esquina, y el escenario político está cambiando para dar respuesta a una población empobrecida y harta de la situación de ostracismo político y deterioro económico.
Y es en este escenario que se tiene que pensar y diseñar la política económica que Colombia necesita y demanda, entonces empecemos explicando las características de la crisis económica del 2020 y la recuperación económica que viene.
La pandemia del COVID-19 obligó al gobierno nacional a cerrar el país en una serie de cuarentenas, las que a su vez sumieron a la economía en la recesión más grande de nuestra historia con una caída máxima de la tasa de crecimiento del PIB trimestral del 15% para el segundo trimestre del 2020.
Es importante entender que esta recesión es consecuencia de que el tamaño de la economía es igual a la cantidad de transacciones de compra y venta de bienes y servicios que se realizan en un periodo de tiempo determinado, entonces al cerrar la economía el número de tracciones se reduce y de ahí el colapso económico visto el año pasado, en palabras más técnicas las cuarentenas generaron un trampa de liquidez ficticia que postergó las decisiones de consumo e inversión por la imposibilidad de realización y el alto grado de incertidumbre.
De este mismo colapso es que viene la recuperación que se verá este año, que según mis cálculos personales estará entre 5,8% y el 6.5% siendo el valor mas probable el 6.1%, pero no hay que confundir el rebote que va a vivir la economía este año y parcialmente el año siguiente, con una nueva senda que nos de vigorosas tasas de crecimiento, porque el crecimiento de este año y del próximo, es un mero rebote explicado principalmente por la reapertura de la economía, por ende, hay que entenderlo como si dejáramos caer una pelota, entre más alta sea su caída y con mas fuerza, más alto será su revote, pero esto no implica que por simple inercia pueda superar el punto inicial de la caída.
Por otro lado, independiente de la eficacia de la acción gubernamental, lo cierto es que la pandemia generó un estrés masivo sobre las cuentas fiscales al obligar incrementar el gasto público al mismo tiempo que se reducían los ingresos fiscales (sin contar la reforma tributaria del 2019 que ya los había reducido), esta gran presión fiscal se subsanó con incremento a punta de deuda. Lo que condujo a un serio deterioro de los indicadores financieros del gobierno nacional.
Para completar el escenario, tenemos el paro nacional que es producto de un descalabro económico, un empobrecimiento masivo de la población, junto al estrés de la pandemia y las cuarentenas, sumados a la incapacidad política de un gobierno que se ve indolente. Solo se requirió un detonante, un florero de Llorente para que todo explotara. He independiente de los logros o perdidas del paro, lo cierto es que puso sobre la mesa la necesidad imperante de una política social más ambiciosa y participativa (con un rol central de dialogo con las mismas comunidades).
Teniendo lo anterior claro, está el dilema de qué política económica abordar, y es que en este momento es inconveniente, por no decir nocivo, usar una política monetaria expansiva para impulsar la economía. La inflación año corrido es de 3.13% a junio, es decir, que con plena certeza la meta inflacionaria no se va a cumplir este año y aunque las causas de la inflación son coyunturales, no es recomendable imprimir dinero para paliar la crisis, porque lo peor que podría pasar es afrontar el escenario actual con desorden monetario y alta inflación.
Pero, pensar en una política monetaria contractiva tendría el costo de hacer menor el rebote de la economía, lo cual solo empeoraría la situación social y económica, por lo tanto, lo que se puede esperar del Banco de la República es que se quede quieto esperando que las causas de la inflación se disipen en el tiempo y no haya más choques alcistas de la inflación para evitar una contracción de la masa monetaria.
El momento de una política monetaria expansiva ya pasó, ese momento era entre el segundo y tercer trimestre del 2020, ahora solo agravaría más el problema económico. por ende, toda la presión sobre resolver la coyuntura económica está en el gobierno.
El gran dilema es cómo gastar más y reducir la deuda al mismo tiempo, y si esto le suena raro apreciado lector no se preocupe, porque si es contra intuitivo reducir la deuda y el déficit fiscal y gastar más al mismo tiempo, es una contradicción que hay que resolver.
Entonces, por qué hay que gastar más, el gasto social es inaplazable porque el problema social y político de un estallido social esta ahí y creciendo, si no se mejoran las condiciones de vida de la población, si se quiere generar una senda de crecimiento económico dinámico y que disipé el peligro de un estancamiento después del rebote de la economía, se requiere dirigir recursos hacia la inversión para que la demanda agregada jalone el crecimiento.
Con todo eso, es claro que se requiere una drástica y profunda reestructuración del gobierno nacional y de la estructura de sus gastos para reducir la carga del mismo, sin afectar su eficiencia y si es posible mejorarla, también se requiere una reforma tributaria (donde la pregunta del millón es ¿Quién la va ha pagar?) pues hay que dotar de más ingresos al gobierno para pagar las obras de infraestructura que dinamicen la economía y los impulsos a la industria y agricultura que se necesitan para jalonar la economía, así como para pagar una ambiciosa y altamente estratégica política social que es inaplazable.
Pero este gran dilema de política económica y fiscal, se abordará con calma en la próxima columna porque implica responder la pregunta de cómo tomar agua al mismo tiempo que se silva.