La sociedad colombiana recibió un golpe bajo y artero del terrorismo, el pasado sábado 17 de junio, con la explosión de una bomba en el centro comercial Andino, que dejó tres mujeres muertas y más de diez heridas, en los precisos momentos en que la ciudad de Bogotá se preparaba a celebrar el “día del padre”, mientras el gobierno nacional y las antiguas Farc hacían significativos esfuerzos por terminar el proceso de dejación de armas de esta guerrilla, símbolo de cierre del complejo y absurdo ciclo de violencia que nos acompaña desde el siglo pasado y que la gente de buena voluntad se aprestaba a presenciar.
Se necesita tener un alma muy torcida y descompuesta para colocar una carga de muerte en el baño exclusivo para uso de mujeres y niños que visitan estas instalaciones. ¿Cuál es el mensaje que mandan estos terroristas? Claramente: ¡Misógino!.. De odio a la mujer y a la niñez, ignorando que desde tiempos inmemoriales han existido leyes tácitas y expresas de protección a lo infantil y femenino, tanto en la dureza de las guerras como en otro tipo de confrontaciones bélicas y catástrofes de distinta índole. En este caso no solo no se protege, sino que alevosa y pérfidamente se orienta hacia el daño exclusivo de la mujer, dadora de vida y de los niños, portadores de la naciente vida. Algo muy perverso se anida en la psicopatología de la organización terrorista y del terrorista que lo acciona, su ataque va dirigido contra la vida, por esto, su punto focal es la mujer, expresión suprema de generación de la existencia humana.
Pero más doloroso que el acto terrorista mismo fue la actitud traicionera de los grupos de derecha en franca oposición a los esfuerzos de Paz del Presidente Santos, quienes salieron a la palestra pública a cobrar réditos sobre las personas fallecidas y sus agobiadas y entristecidas familias. No demoraron ni unos minutos, para pedir irresponsablemente movilizaciones populares que exigieran la salida del Presidente Santos, solo por el hecho de haberse jugado todo su capital político en firmar unos acuerdos de dejación de armas y firma de Paz con las guerrillas de las Farc. Mostraron todo el fondo descompuesto de su accionar. A diferencia de esta actitud pusilánime vimos una comunidad de hombres y mujeres de todas las condiciones sociales quienes salieron a orar por las víctimas y pidieron la Unidad de la Nación, la de todos, para cerrarle el paso y gritar a los cuatro vientos: “El terrorismo no vivirá”.
Es ya preocupante, y voz de alerta de varios columnistas: Como entender y tratar esta actitud enfermiza del senador Álvaro Uribe, quien, sistemáticamente, como obsesión fija, penetra las tribunas nacionales e internacionales para despotricar contra su país, Colombia, sin importarle el costo que debemos pagar las familias colombianas, cuando el señala nuestra sociedad como mafiosa y sin oportunidades en el inmediato futuro. Esta irresponsabilidad de enlodar el buen nombre de Colombia en el exterior, unido a la dolorosa noticia del atentado en el Centro Andino, exacerba el fantasma de: Rebaja en la nota de confianza en el país, faro de los inversionistas extranjeros. Todo lo anterior busca ocultar que somos hoy más que nunca, una nación comprometida y trabajando caminos de Reconciliación y Paz, entre todos.
El Presidente Santos enfrenta a diario esas dos fuerzas extremas. Por un lado, la fuerza de la extrema derecha-fascista- que aglutina los sectores más reaccionarios de los conservadores y que expresa las fuerzas de los terratenientes; y por otro lado, la extrema izquierda, que no quiere aceptar una salida negociada y democrática al conflicto armado y busca persistir en la violencia y la lucha armada, hoy totalmente obsoleta y ya recogida por las palas de la historia.
Es a la sociedad civil a la que corresponde poner las cosas en sus justos términos. Repudiar que la mujer sea el corazón de los ataques terroristas, castigar con el rechazo político a la extrema derecha, buscando que entiendan que deben permitir cambios en las estructuras políticas y económicas que hagan nuestro país más moderno y viable en el concierto de naciones y exigir a la extrema izquierda que debe respetar los acuerdos firmados con la insurgencia de las Farc y articularse a la implementación de los cambios sociales que implican los Acuerdos de Paz unidos a una correcta interpretación de la Constitución política de 1991.