Confieso que mantengo el alma en vilo todos los días pensando en la dimensión de la tragedia que soportaríamos los colombianos, si las bases de la represa viniesen a ceder o lo que sería terrible, que la montaña, donde se asienta la estructura de cemento armado colapsara por la inmensa presión del agua en el fondo de esta. Reconozco que esta desvelante preocupación la comparten conmigo, centenares de colombianos y una amplia gama de amigos y funcionarios ambientalistas para quienes este proyecto, desarrollado contra recomendaciones de profesionales doctos en la materia, ha dejado en el alma de todos, el sinsabor de la prepotencia y autosuficiencia con que se analizaron los primeros estudios y la inusitada rapidez y premura con la que comenzaron a hacer la obra.
El concepto de reconocidos ambientalistas e ingenieros civiles no se tuvo en cuenta. Ellos trataron de mostrar como la montaña en tiempos de invierno se convertía en material friable que a medida que aumentara la intervención en ella y se agudizara el proceso invernal, por los cambios del medio ambiente, la estructura de cemento armado comenzaría a sentir estos efectos y mas tarde sus consecuencias podrían ser catastróficas.
Conscientes de los inmensos riesgos que corría la inmensa región por una intervención agresiva sobre la montaña y el lecho sagrado del rio, las comunidades locales, campesinas, pescadores, iniciaron una serie de movilizaciones tratando de hacerlos entrar en razón y orientarlos en la búsqueda de otras alternativas, menos agresivas contra el río, que no rompiera el equilibrio ecológico que durante centenares de años habían tenido con sus fuentes hídricas y la conservación de sus territorios ancestrales.
Pero sus voces nunca fueron escuchadas. La prepotencia del poder se impuso arbitrariamente y allí si, contra viento y marea, desoyendo las voces de los mayores que habitan el lecho del rio desde tiempos inmemoriales, se dio inicio a una obra pseudo-faraónica que rompió la tranquilidad y seguridad de la vida lugareña y ha puesto a Colombia a pedir a la divina providencia que cese el invierno desmadrado sobre la zona, para ver si es posible disminuir la alerta roja sobre la región y evitar un colapso total que traería inconmensurables daños en pérdidas de vidas humanas, animales, enseres, cosechas, etc. Es decir, una verdadera hecatombe.
Las comisiones científicas de ingenieros traídas desde los EE. UU., unas, y otras enviadas por las Naciones Unidas, preocupadas por la magnitud de la amenaza recomiendan mantener las alertas rojas en las poblaciones rivereñas y ampliar los planes de emergencia pues debe quedar muy claro que el desafío es salvar las vidas humanas a cualquier costo.
Los colombianos debemos entender que este problema nos llegó y va ha estar en nuestra agenda diaria por mucho tiempo. Es indiscutible que ya Hidroituango es la máxima preocupación nacional y que incorpora la presencia de los gobernadores de los departamentos de Bolívar, Sucre y Córdoba, quienes manifiestan su angustia sobre el incierto futuro de sus poblaciones rivereñas en las orillas del rio Cauca y sus afluentes, en el doloroso caso que la represa termine cediendo a la alta presión de las miles de toneladas de agua represadas. Sin negar que esta preocupación también incluye a Barranquilla, Atlántico, ultimo punto donde el agua represada entra al océano Atlántico.
Pedimos encarecidamente al gobierno nacional y a los gobiernos departamentales comprometidos en esta preocupante situación brindar amplia y generosa ayuda y protección para todos los habitantes de estas queridas tierras colombianas, en especial a las poblaciones de Puerto Valdivia, Cáceres, Tarazá, Caucasia, Nechí, San Jacinto del Cauca, Guaranda, Achí y Majagual todos ellos en alerta roja en estas circunstancias, donde mas de 1.867 personas están viviendo en los albergues temporales, según datos suministrados por la Unidad Nacional de Gestión de Riesgos y Desastres (UNGRD).
Por eso hemos titulado el artículo “Hidroituango: Que la Providencia nos proteja”.