Nicolás Maduro repitió a los medios de comunicación, nacionales y extranjeros, que no renunciará. Ningún fanático en situación parecida piensa en renunciar, solo en mantenerse en el poder, a toda costa. No importan muertos, violaciones, arbitrariedades, pues en su desquicio piensan que lo están haciendo bien, que la crisis es temporal, que todo es un ataque de sus enemigos. Y cerca de él medran muchas personas que se lo repiten a diario porque son los válidos del régimen, el famoso “comité de aplausos”, que usufructúan los beneficios de quedarse en el poder
Pero Maduro debe saber que “le está llegando el agua al cuello”. Su margen de maniobra se ha reducido a los incondicionales del chavismo, que los hay, a los menesterosos que alimenta el gobierno, a los dueños de la contratación pública, sectores de las Fuerzas Armadas, y a algunos países de los que giran alrededor del poder de Rusia y China. Se dirá que es mucho, pero el descontento es enorme y como la situación no se va a mejorar seguirá creciendo la presión popular.
La pésima situación económica del país se ha tornado en el mayor contradictor del régimen madurista. No hay plan económico, se desmanteló el comercio, la industria no existe, la más importante Empresa del Estado y del País está en ruinas, se esfumó la riqueza petrolera, se destruyó el sistema financiero, la inflación es incontenible y la vida económica no existe. Por supuesto, tampoco hay nada en lo social, como no sea mantener una decrépita situación en la que cada día habrá menos que proporcionar a la gente pobre. No hay un sistema de salud, no hay higiene, no existen medicamentos, no hay educación, vivir en Venezuela, salvo para el descabellado grupo gobiernista, es una desgracia.
Ya comenzaron los disentimientos internos. Que un General salte a la oposición, no es poca cosa. Y que los países demócratas del mundo, los más poderosos incluidos, se estén alineando con Guaidó es una señal poderosa de que se tambalea el gobierno ilegal.
La situación, claro, merece cuidadoso manejo. No hay que esperar ni estimular una guerra civil, que se presentaría cuando un sector de las fuerzas armadas se mantenga afecto al régimen y otra buena parte se subleve contra el gobierno. Esa confrontación armada sería violenta y, como siempre sucede, los desarmados serían los que pagarían el pato. No debe olvidarse que Maduro mantiene una milicia civil armada dispuesta a todo.
Tampoco sería conveniente una invasión armada de los Estados Unidos, estilo Panamá o Irak. Hay quienes piensan en esa “panacea”, que sería el peor daño a Venezuela y a la democracia y una afrenta a Latinoamérica que ha sabido salir de sus encrucijadas sin necesitar de estos procedimientos. Por fortuna, la poderosa nación del norte ama a la democracia y la desea para todo el mundo libre, salvo alguna trastada imperdonable del impredecible rubio gringo.
Libertad y democracia para Venezuela y los hermanos venezolanos. No hay mal que dure cien años.