Volvió a escucharse la palabra serena, pero a la vez angustiosa, de la Iglesia en la pasada Semana Santa, pidiendo al corazón bueno de los colombianos que vuelvan por los senderos del perdón y la reconciliación, como único camino para construir la sociedad justa, equitativa y pacifica que requerimos.
Y no es para menos. Luego de los significativos avances que en materia de Paz y reconciliación logramos en el gobierno del presidente Juan Manuel Santos, la presente administración del presidente Duque da la sensación de haberse extraviado en los caminos y otra vez la pugnacidad, los lenguajes violentos y los hechos de muerte han vuelto a ser la cuota de todos los días.
El gesto preocupante de plantear las objeciones a la Justicia Especial para la Paz (JEP), cuando las dificultades se estaban resolviendo con la mejor buena voluntad significó, ni mas ni menos, como si se le hubiera puesto un petardo de dinamita en su camino y nuevamente los ánimos exaltados y las pasiones han vuelto a ocupar los primeros lugares en el Congreso de la republica y en la prensa nacional.
Quienes desde hace muchos años le hacemos un seguimiento puntual a la política violenta que acostumbran nuestras facciones políticas no deja de sorprendernos este retorno a la violencia y este buscar de inéditos atajos que nos hagan retroceder, para desconocer y negar la bondad de los Acuerdos de Paz y descubrir leyes fatídicas que nos conduzcan nuevamente a la guerra y la violencia.
Por eso consideramos que es inaplazable seguir muy de cerca las acertadas y bondadosas recomendaciones que desde Roma indica Su Santidad el Papa Francisco, cuyas mas recientes preocupaciones señalan a construir una nueva cultura del encuentro, que nos facilite conocernos mas y mejor y ser capaces de construir una fraternidad que nos aleje de los lujos materiales superfluos y nos conduzca a un encuentro fraternal de Paz, de justicia y solidaridad entre todas las mujeres y los hombres de buena voluntad.
En nuestro país se escucharon las voces en el Sermón de las 7 palabras, de autorizados obispos y sacerdotes que recabaron sobre la imperiosa necesidad de buscar reales y auténticos caminos para superar flagelos de la dimensión del narcotráfico, que no solamente corrompe el alma buena y sincera de nuestras gentes, sino que destruye un conjunto de principios y valores que son la base donde Colombia ha construido su fortaleza ética y moral.
Pueda ser que nuestra sociedad que se ha definido como cristiana sea capaz de adoptar los verdaderos principios éticos que enseñó Jesús en su corta existencia y convertirlos en el “pan nuestro de cada día”. El “No mataras” que se volvió un olvido sistemático en la vida política, social y económica del país, vuelva a ser faro guía de nuestras comunidades donde la ausencia de los lideres sociales y de Derechos Humanos asesinados, es una voz desgarradora que clama justicia desde el desierto.