Buenas noticias llegaron a propósito de las elecciones para integrar el Parlamento europeo: avanzaron los Socialistas y los Partidos Políticos que abogan por el mantenimiento de sistemas democráticos.
En Europa existía un preocupante pesimismo en los amantes de la libertad por el crecimiento de las organizaciones derechistas, de los partidos nacionalistas y de los grupos enemigos de la integración. Iban a arrasar, según ellos mismos lo repetían en todos los momentos y en todos los lugares, y ya se sabe que, al estilo de Goebbels en la Alemania nazi, una mentira repetida mil veces se vuelve verdad.
Por fortuna no ocurrió así. Crecieron los sectores progresistas, los Liberales Demócratas, los Socialdemócratas y los Socialistas. Quedaron preocupaciones como en Francia y Bélgica, pero el surgimiento del Partido Socialista Obrero Español llenó de entusiasmo los ambientes democráticos. No era para menos, dado que los autoritarismos han venido ganando espacios en muchos lugares, por ejemplo, Polonia, Hungría, República Checa, Rusia y Venezuela, para mencionar solo algunos.
Al tratar estos temas me toca enfatizar que cuando hablo de Socialismo me refiero a las expresiones políticas de contenido democrático y compromiso social, a las colectividades que defienden la libertad, tienen de las comunidades un alto sentido humanista y luchan con denuedo por alcanzar la igualdad entre los hombres. Entre nosotros, por razones de la guerra, se suele confundir Socialismo con revolución violenta, con expropiaciones, con dictadura del proletariado. La historia demostró que el mundo no está abonado para esas experiencias extremas, pero la realidad que vivimos nos muestra unas comunidades agobiadas por la desigualdad y la pobreza. Recordemos la frase a propósito del desplome de la Unión Soviética: “Las respuestas fueron equivocadas, pero las preguntas están vigentes”. Por eso el Socialismo.
Pero con las elecciones europeas el mundo no ha logrado la victoria. Las orejas del lobo fascista empiezan a asomarse en muchas latitudes. Las derechas y los nacionalismos que desprecian la libertad, fomentan la xenofobia, destruyen el disentimiento y se consideran dueños de la verdad absoluta, conducen al fascismo, que no es una doctrina elaborada para conducir a los pueblos hacia su felicidad respetando los derechos individuales y la libertad colectiva, sino un comportamiento autoritario, territorialmente avasallador, armamentista, con un asqueroso desprecio a los requerimientos sociales.
A propósito del tema, la señora Madeleine Albright, Secretaria de Estado del Presidente Clinton, acaba de publicar un interesante libro titulado “FASCISMO, una advertencia”. La obra recuerda los regímenes de Hitler, Mussoline y Franco y recrea a los lectores con una amena lectura sobre lo que hoy ocurre en el mundo. De sus agudas observaciones no se escapa el Presidente de los Estados Unidos. Al preguntarse por qué en pleno siglo XXI se vuelve a hablar de fascismo, se responde: “Lo diré sin tapujos: una de las razones es Donald Trump. Si consideramos el fascismo como una herida del pasado que estaba prácticamente curada, el acceso de Donald Trump a la Casa Blanca sería algo así como arrancarse la venda y llevarse con ella la costra”.