LA ENCRUCIJADA DE DUQUE

Opinión Por

La presencia en las calles de cientos de miles de personas en todo el país, movilizadas a partir del 28 de abril y que tomaron como pretexto la convocatoria a paro de un comité nacional conformado por unas centrales de trabajadores que aún tienen la decimonónica idea de representar a sendos sectores sociales trabajadores, en un país donde la informalidad laboral ronda el 50% de la fuerza laboral  (https://bit.ly/3xKwcg5) y donde el sindicalismo solo es fuerte en las entidades estatales, justamente porque son las empresas con más sostenibilidad financiera; sin lugar a dudas es una señal más del cambio de paradigma que actualmente se vive en las tradicionales sociedades colombianas y representa una encrucijada para el uribismo gobernante.

La frustración, el enojo, la desesperanza entre muchos otros sentimientos que con la pandemia por el Covid-19 se han visto no solo exacerbados, sino reprimidos, se han canalizado contra una reforma tributaria completamente irracional, antitécnica y desconectada de la realizad, sintetizándose en un claro sentimiento antiuribista que no solo señala el desgaste de esa mixtura ideológico-clasista que es el uribismo, una suerte de ideología de derecha neoconservadurista, neoliberal que con tintes nacionalistas, paternalistas, carismáticos se instaló en la mentalidad y la praxis de la sociedad colombiana a inicios del siglo XXI, sino que también señala una ruptura con la partidocracia y el corporativismo democrático que todavía arrastramos del régimen laureanista de los años 1950.

Las manifestaciones de los últimos cinco días a simple vista no obedecen ni a ideales de partidos políticos ni a sindicatos de trabajadores, ni a gremios de empresarios ni a asociaciones de sectores económicos o de sectores sociales.

Las manifestaciones fueron la explosión física de la ira, del asco, de la alegría, de la esperanza de la mayoría de sectores poblacionales colombianos indignados y enfrentados ante la terrible expectación del hambre y la miseria, por lo que nadie puede endilgarse como victoria el anuncio del retiro de la tercera reforma tributaria el domingo 2 de mayo, ni siquiera el Comité Nacional del Paro, que ya posa de intermediario, como si fuese poseedor de un gran poder de convocatoria, pretendiendo sentarse a negociar con el uribismo algo que ni ellos saben que va a ser realidad como la renta básica de un salario mínimo, y que ni siquiera tiene entre sus pretensiones la exigencia de la responsabilidad política y judicial de los asesinatos y los lesionados durante las protestas.

Sin lugar a dudas, la espontaneidad de las protestas ha generado una encrucijada para el Gobierno Duque que lo ha puesto en aprietos, desnudando su incapacidad para gobernar.

Sacar al Ejército ante una multitud de gentes, masacradas por la enviciada Policía Nacional, supuestamente civil, accionando de manera torpe un estado de conmoción interior, lo único que ha logrado es gastar la única carta que se supondría podía haber aplacado las protestas: imponer el orden a través de la pavorosa bota militar, generando la sensación de que el Ejercito fue vencido por los manifestantes.

Haber reemplazado rápida y estúpidamente al Ministro de Hacienda, quien renuncia y se sacrifica ante los reclamos populares, le impide al Gobierno no sólo ganar de nuevo la confianza de los partidos independientes que se le rebelaron días antes del inicio de las protestas, al ofrecerles ese cargo como una dadiva de reconciliación que le permitiese ganar gobernabilidad ante el Congreso, sino que tampoco permite que las movilizaciones asuman la misma como su segunda victoria, quitándole fuerzas a las reivindicaciones, sacándoles de las calles.

Ante esta situación, son pocos los caminos que le quedan a Duque.

Siguiendo las tesis de Uribe del lunes 3 de mayo, Duque podría condenar aún más al uribismo al ostracismo tanto nacional como internacional, si luego de retirada la Reforma Tributaria, insiste en la militarización de las ciudades, llevando la espiral de violencia a niveles inimaginados, haciendo cada vez más posible el improbable escenario del autogolpe de Estado, con lo que se cumpliría el gobierno total que tanto sueña su mentor, pero que le pondría al mismo nivel de Nicolás Maduro.

Por otro lado, sin perder su soberbia, convocaría a sectores políticos alternativos, a sectores sociales y al sobrevalorado Comité del Paro, sectores que ni organizan las marchas ni las movilizaciones, para iniciar una inane Conversación Nacional 2.0, con la que logre capotear los últimos meses de su Gobierno, cediendo algunas cosas, como por ejemplo entregando la cabeza de los generales de la Policía Nacional y tal vez permitir que el Ministro de Defensa sea sometido a una moción de censura, de la que obviamente saldrá victorioso luego de entregar un par de ministerios y viceministerios a algunos partidos independientes esperando con ello salvar a su Ministro, mientras las multitudes en las calles se desgastan, se siguen reprimiendo, se fatiguen, se contagien de Covid y al final no pase nada, como en 2019.

De ambas formas, los quiebres en los que entregará al uribismo en 2022, dejará muy mal parado al mismo, pero con la posibilidad de sobrevivir de la mano del posible Gobierno del petrismo, creado a su imagen megalómana y su semejanza soberbia, útil como su enemigo ficticio al no tener ya al farianismo ni al ELN, que se espera logre capitalizar el descontento social permitiendo ser nuevamente una virulenta oposición que llegará al Gobierno en 2026, luego de no permitir que el mismo cumpla sus promesas, al dejar en 2022 una sociedad agotada, hambrienta y pobre.

Amanecerá y veremos.

Zootecnista Universidad Nacional de Colombia, Candidato a Magíster en Producción Animal de la Universidad Nacional. Coordinador Nacional para asuntos de Paz de la Organización Nacional de Juventudes Liberales 2014-2018.