La pandemia tomó de sorpresa a prácticamente todos los países del mundo, pero el manejo de la misma ha marcado diferencias entre las distintas sociedades y gobiernos y adicionalmente ha evidenciado las debilidades que se tenían y también ha sacado a flote ciertas fortalezas.
No hay duda que los modelos de organización del régimen político, centralismo o federalismo –para colocar esos extremos- ha evidenciado las tensiones y bondades. Superada la sorpresa inicial, en la mayoría de casos hubo un esfuerzo por darle un manejo apoyado en orientaciones de los especialistas, pero una vez pasó la primera impresión en las sociedades, marcada por el miedo –ante el desconocimiento del virus- que llevó a cumplir en buena medida la cuarentena ordenada y que sacó a flote fortalezas sociales de solidaridad, la tendencia posterior ha sido, en la medida en que los ciudadanos se han familiarizado con el mismo y por supuesto ante la necesidad de buscar la sobrevivencia –casi la mitad de la población en nuestra sociedad vive de la informalidad lo que requiere estar permanentemente buscando los recursos del día a día-, esto ha llevado a que la cuarentena se haya vuelto progresivamente una especie de ‘rey de burlas’, porque las ayudas que el gobierno nacional y los gobiernos territoriales ofrecieron a las poblaciones más desfavorecidas fueron precarias –casi miserables, en la medida en que la destinación de los recursos públicos, que son de todos los colombianos, se hizo de manera mezquina-.
Hoy día podríamos decir que el cumplimiento de la cuarentena, por lo menos parcial, está sólo en la población formalizada que recibe un ingreso o tiene recursos suficientes para mantenerse en el aislamiento social y la población de mayor edad a quienes pareciera que les dieron la casa por cárcel, como si ellos no se hubieran cuidado a lo largo de su vida para llegar a la edad que tienen.
Es claro que el manejo gubernamental de la pandemia ha estado dando tumbos, mimetizados con supuestas recomendaciones de especialistas y pareciera que se ha tratado es de aprovecharla para concentrar poderes excesivos, beneficiándose de una respuesta lenta de las Cortes y de un intento de paralizar al Congreso para que no cumpla su función de debate de las normas y de control político al ejecutivo.
Igualmente se ha evidenciado en el manejo de la pandemia, acá y en otros países, las tensiones entre ejecutivos centrales y los gobernantes territoriales –Alemania y Argentina han sido de las excepciones en ese sentido-. Ya hemos visto al presidente de Brasil tratando de sabotear las decisiones de los gobernantes territoriales y similar ha sucedido en USA con el señor Trump. En nuestro país hubo al inicio un intento de coordinación pero luego parece haber primado los protagonismos personalistas. Es claro que los desequilibrios regionales en nuestra sociedad son abismales entre algunas ciudades o regiones con otras, pero allí no ha existido realmente una coordinación adecuada en la formulación e implementación de las políticas; el arraigado centralismo volvió a sacar sus orejas y pareciera que ciertas regiones, como la Costa Pacífica o la Amazonía no interesaran igualmente que la capital y las principales ciudades. No hay duda que las dificultades de un modelo descentralizador a medias han aflorado en el manejo de la pandemia, entre otras razones porque los últimos gobiernos lo que hicieron fue re-centralizar lo que la Constitución de 1991 quiso descentralizar en términos de recursos y competencias.
Tenemos mucho que aprender y que modificar como resultado de esta pandemia y ojalá el balance final no sea más negativo que lo que prevén algunos analistas.