Colombia es un país de profundas contradicciones, un país pronto en escandalizarse, pero lento en tomar decisiones democráticas para combatir sus males.
Otra muestra de ello, es el trato que culturalmente se da a la mujer, una minoría cualitativa, utilizada como objeto por una sociedad llena de desigualdades. Además que tener un desempleo más pronunciado que los hombres, y ganar menos con las mismas funciones, las mujeres se enfrentan a una constante ola de violencia por su mera condición.
Solo en 2017, ya llevamos 204 mujeres asesinadas en Colombia, los principales casos han sido por arma cortopunzante, asfixia, o arma de fuego, y según la Fundación Sisma Mujer, la impunidad en feminicidios es del 95%.
Pero al mismo tiempo nos encanta premiar su instrumentalización por motivo de su género, en la música, y los famosos, como el caso de Maluma, premiado por la Gobernación de Antioquia, considerado poeta urbano, de canciones que dejan mucho que desear sobre el papel de la mujer en la familia y la vida.
Mientras se ha hecho un esfuerzo histórico, por cambiar el papel de la mujer, las contradicciones parecen seguir imponiendo en Colombia.
