“Es flaca sobre manera toda humana previsión, pues en más de una ocasión sale lo que no se espera”.
“A nadie le quitan lo bailao”. Y Carlos Holmes Trujillo es un bailarín consumado en la arena política. Hijo de un aprestigiado político del Valle del Cauca del mismo nombre, que fue gran orador, Embajador y candidato presidencial del Partido Liberal, nuestro actual Canciller se desempeñó como Alcalde de Cali elegido por el pueblo, con reconocido desempeño y grandes éxitos. Fue miembro notable de la Asamblea Nacional Constituyente y luego ejerció, también con éxito, la difícil tarea de Consejero Presidencial para la paz, en el gobierno del doctor Ernesto Samper Pizano. También con Samper se distinguió como Ministro del Interior y Embajador, que igual lo fue durante los gobiernos de Misael Pastrana y Álvaro Uribe Vélez.
Tiene todos los méritos de la política bien ejercida y sin duda puede llegar a la mayor Magistratura, serio como es y responsable, instruido y culto, habla varios idiomas y es gran orador. Ya fue precandidato presidencial, en competencia interna del Centro Democrático que ganó el actual Presidente Iván Duque, quien lo llamó al Gabinete Ministerial en condición de Ministro de Relaciones Exteriores. Nada menos.
Es lógico que tenga aspiraciones presidenciales. Quién no, con esa trayectoria, si además es persona de la confianza del jefe de Centro Democrático. Todo el mundo piensa que puede ser el próximo “el que diga Uribe”.
El propio Carlos Holmes está convencido de ello y por eso lo dijo con desenvoltura en un reciente evento académico. No dijo yo pienso, no dijo yo creo, no manifestó que solo si se presentan las condiciones, simplemente afirmó, con carácter, con firmeza, “yo seré en el 2022 candidato presidencial”. Y olé.
Hay quienes dicen que a Holmes, como algunos le llaman cariñosamente, se le fueron las luces. También argumentan que lo traicionó el subconsciente y no faltan los que aseguran que aprovechó la pregunta de un estudiante para echar un globo de ensayo. Ni lo uno, ni lo otro, ni lo demás que se diga. El Canciller colombiano, midiendo todas las consecuencias, a sabiendas, dijo lo que dijo de manera pensada, en un lugar apropiado, en presencia de la prensa para que se difundiera, para que causara un efecto político, como efectivamente ocurrió. Fue al mismo tiempo información y notificación, para que en adelante todo el mundo sepa, sobre todo en el Centro Democrático, que va a pelear con manos y pies para ser el sucesor del actual Presidente. Para eso tiene garra, capacidad, ínfulas y derecho.
No todo será fácil, desde luego. Hay que esperar a ver cómo le va en la Cancillería, especialmente si sigue teniendo como único norte la política exterior de los Estados Unidos. Si es bueno o malo, el tiempo lo dirá. Además, va a tener todos los ojos encima, de manera especial los de Centro Democrático, donde hay tantas fisuras, envidias y aspiraciones, y en el futuro no contará con el salvavidas que ahora le mandó el jefe único. También hay que esperar para ver cómo le irá a Duque en su gobierno. Hasta el momento se ha visto más bien poco, por no decir que nada. Si a Duque le sigue yendo mal, le ira mal a Uribe, al Centro Democrático y al acelerado candidato presidencial. Una cosa son las ganas y otra bien diferente es la realidad.