El próximo 21 de noviembre diversos sectores han convocado a una gran marcha nacional, que se ha entendido como una movilización contra el actual gobierno del presidente Iván Duque, pero además, como una expresión de descontento contra algunas de sus medidas, o de iniciativas que a pesar de no estar materializadas, estos sectores consideran un atropello.
El punto álgido de este llamado 21N, será evocar las movilizaciones que han caracterizado al continente en el último año, y que han provocado diferentes reacciones por parte de los gobiernos que han lidiado con ellas, pero, principalmente, han dejado un sabor de victoria entre los marchantes, por escaso que sea.
En el Perú, a inicios de septiembre se desató una tormenta política cuando el presidente Martín Vizcarra decidió disolver al parlamento (provocado por los nombramientos polémicos del este órgano en la rama judicial), lo que provocó la destitución de él por parte de legislativo, y llevó a los peruanos a las calles para exigir orden a sus líderes políticos, aunque no fueron tan fuertes como los casos a continuación, la permanencia de Vizcarra en el poder, y la inestabilidad política, se convirtieron en una constante en el continente.
En Ecuador, el aumento del precio de la gasolina, y el descontento en general con medidas económicas asumidas por el presidente Lenin Moreno, llevó a que grandes sectores se paralizaran y salieran a las calles, incluidos los indígenas, que han costado años atrás la presidencia a varios mandatarios de ese país, lo que terminó en negociaciones con Moreno.
En la Argentina, entre agosto y septiembre, millones de ciudadanos salieron a las calles ante el descontento por la situación económica del país, que se caracterizó por una fuerte devaluación del peso y una elevada inflación, por supuesto, esto terminó en la derrota electoral del actual presidente Mauricio Macri, y el regreso del kichnerismo bajo el estilo del presidente electo Alberto Fernández.
En Chile, no cesan las protestas que comenzaron con el aumento del pasaje del Metro, y se sumaron una larga lista de medidas impopulares acumuladas, como lo contamos en Ola Política, bajo la dificultad de no tener un gran sector líder, y que obligaron al presidente Sebastián Piñera, no sólo a congelar el valor del pasaje del metro, además a tomar otras medidas calificadas todavía como maquillaje para detener la movilización ciudadana.
En Bolivia, luego de unas polémicas elecciones donde la tendencia que dictaba una segunda vuelta entre el entonces presidente Evo Morales, y el expresidente Carlos Mesa, las grandes movilizaciones, y actos de protestas, terminaron en la renuncia del primero, y su asilo en México, dejando al país sin un liderazgo claro.
Esto ha encendido las alarmas en varios países, donde se cree que la activación de sectores sociales al salir a las calles puede llevar a una nueva inestabilidad política a otros países, y más allá de las teorías de una sola “mano” detrás de los acontecimientos, parece que existe un sinsabor en la región por la forma como los gobierno asumen el descontento ciudadano.
En una era donde las personas se encuentran más conectadas que nunca, es claro que existen nuevas formas de organización que facilitan la labor de protesta, pero además, facilitan la información frente al malestar ciudadano y las medidas de sus dirigentes.
Por eso, puede existir una sensación de temor sobre la movilización del 21N, que podría llevar a los casos antes mencionados.
Lo que reclaman
El presidente Duque no está en su mejor momento, su desaprobación llega al 69% según la más reciente encuesta de Invamer, y los acontecimientos que rodean la renuncia del exministro de Defensa, Guillermo Botero, relacionados con el bombardeo que les costó la vida a 8 menores de edad, son causa de mayor descontento.
El Comando Nacional Unitario, conformado por las principales centrales de trabajadores, listaron una serie de reclamos al gobierno que van desde reformas que no han sido presentadas al congreso (en especial la laboral y pensional), hasta el aumento de tarifas de energía y el cumplimiento de acuerdos con Fecode, estudiantes y trabajadores estatales.
Pero a eso se han sumado más sectores, que encuentran en el 21N una nueva oportunidad de presionar al Ejecutivo, para reclamar por diversos motivos más allá de los ya mencionados, y que incluyen mejores salarios o protestas por medidas anti-ambientales (Desde permitir la caza de varias especies, hasta el Fracking).
La reacción oficialista
Pero más allá de si son motivos de peso o no, o de si convocará realmente a un grupo significativo de ciudadanos que desemboque en una verdadera presión social, sorprende la reacción de figuras como la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, quien dijo que los marchantes “no quieren a Colombia”, aunque también aclaró que las reformas citadas no han sido presentadas, y su contenido todavía no se conoce con certeza, pues “en el futuro, tiene que discutirse con los ciudadanos”.
También sorprende que el Centro Democrático intente deslegitimar la marcha, afirmando que todo es parte de una “estrategia del Foro de Sâo Paulo” y que está infiltrada por anarquistas internacionales. Algo que no sólo requiere pruebas, sino que, ataca directamente a los convocantes.
Algo que puede aprenderse de los casos regionales, es quizá la necesidad de un tono conciliador, de negociación, y sobre todo, de demostraciones de unidad y comprensión al país, algo que hoy los ciudadanos no parecen ver en el presidente Duque.
Más que acusaciones de conspiraciones internacionales, existen dificultades sociales que deben ser tratadas como eso, y claro está, permanente escucha a todos los sectores sociales, para evitar provocar un impacto mayor que lleve realmente a marchas como las vividas en los países vecinos.
Aunque Colombia se ha caracterizado por una constante de movilizaciones en los últimos años, y eso podría dar luces que mitigan la idea de que será similares a las protestas que fueron el resultado o provocaron un caos políticos en los países mecionados, la gran verdad es que reconocer que existe el descontento, y no estigmatizarlo, debería ser la primera lección para aprender.
Finalmente, mientras en Bolivia caía Evo Morales, autodefinido socialista, las protestas no cesan en Chile, caracterizado por medidas a favor del libre mercado, o en la Argentina, donde tanto en las calles como en las urnas, reclamaron un cambio de modelo más capitalista, el tema dejó de ser una pugna de la izquierda o derecha, y de tratar a uno u otro lado como maligno, y se concentra en los reclamos reales de ciudadanos que están más interesados por soluciones, que por debates ideológicos.