Los múltiples anuncios de Iván Márquez, posteriormente de Jesús Santrich, y sus respuestas por parte del expresidente Juan Manuel Santos, y el exjefe del equipo negociador del Gobierno, Humberto De La Calle, sobre lo que sería una nueva “guerrilla” o grupo narcoterrorista, son una prueba para el gobierno.
El presidente Iván Duque, ya dio el primer paso, ofreciendo una recompensa para llevar a la captura de Márquez y su grupo, el Alto Consejo para la Estabilización, Emilio Archila, hizo lo propio visitando a los excombatientes. Pero este es un tema que solo inicia.
Cuando las FARC firmaron el Acuerdo de paz, se enfrentaron a la derrota del plebiscito, y volvieron a reafirmar su salida del conflicto en el Teatro Colón, seguían abiertas las dudas por la división política que esto generaba, en especial con el uribismo, que luego ganó las elecciones, y lo que parecía un nuevo camino para el país, hoy parece más incierto.
Duque tendrá en sus manos difíciles decisiones, ante un Congreso donde el expresidente Uribe quiere gastar la agenda en presentar profundas reformas al acuerdo, en especial a puntos que se consideran medulares, el presidente tendrá una difícil apuesta de sacar adelante sus propios proyectos, y buscar soluciones en frentes que antes del Acuerdo de paz, no eran tratados.
Mantener a los excombatientes comprometidos con el acuerdo (que son la mayoría), debe ser una prioridad, dar celeridad a la JEP y a la Comisión de la Verdad, también son puntos cruciales para cerrar ese capítulo, y enfrentar a las disidencias y encontrar salidas a la situación con el ELN, serán el punto más álgido de lo que podría ser un país nuevo.
El presidente que no fue elegido con las banderas de su antecesor, ni parece hoy dispuesto a las mismas condiciones de negociación que el anterior Gobierno ejecutó con las FARC, si tiene una oportunidad para mostrar que su gobierno no volverá a girar (tanto en el Congreso como en el Ejecutivo), alrededor de la guerra.
Por eso Duque hoy parece tener una doble prueba, primero, demostrar que tiene el talante para decidir por encima de las antiguas rencillas entre los hoy expresidentes, que es mejor para el país y enfocarse en su legado, y segundo, tomar decisiones pensando en generar nuevas esperanzas al país, aunque eso le cueste su relación con su mentor y líder natural de su partido, el hoy senador Álvaro Uribe.
El argumento de legalidad es válido para enfrentar los criminales representados hoy en las disidencias, pero no será suficiente para garantizar un gobierno donde sin el espejo retrovisor se piensa en seguir adelante con la implementación del Acuerdo, ya elaborado el mayor rival político del uribismo.